domingo, 3 de junio de 2012

Cuando el donut se olvidava de mí





   Fueron 5800 madrugones. Las mismas veces (madrugón arriba, madrugón abajo), que sonó el despertador durante esos más de dieciocho años al servicio de la sociedad, para no dejarme el donut atrás. Durante esos miles de madrugones, siempre a las cinco de la mañana, y de lunes a sábado, nunca, nunca jamás falté a mi cita diaria incluyendo los días en que uno, no siempre está al "completo" consigo mismo, ya bien sea por resfriado común, gripe con fiebres altas o hemorroides... digo, que ni un sólo día falté a mi cita. Y eso que habría que añadir algún madrugón más a la cuenta, debido a despistes varios, como por ejemplo, acudir algún domingo (por no haber desconectado el despertador la noche anterior) donde me encontraba en la nave más solo que la luna... algún día festivo no previsto en mis cálculos (igualmente sin desconectar el despertador) o las veces que acudía una hora antes, y al estar la nave cerrada y escasa de personal (sólo yo solo...), no sabía si dormirme en el auto, abrazar de nuevo la almohada en la casa, o asaltar la nave e inflarme a donuts...

   No faltaron los recuerdos de aquel anuncio (antes se decía así, no como ahora que se le dice "spot publicitario"... más moderno, pero falto de la ternura de los de antes), donde mi furgoneta se dirige a uno de los pueblos cercanos a la capital, y me acordaba entonces que ese día, no tocaba allí sino en el otro pueblo que estaba justo en la dirección contraria. O donde visitaba el mismo pueblo dos días seguidos, dejando al pueblo que le tocaba en el orden establecido, con los tenderos esperando en la puerta a ver si me veían aparecer. Entonces me decía: "¡Anda los donuts... !¡Anda otro día que se queda fulano sin donuts...!

    Los clientes que ponían todo tipo de caras, tal vez pensando lo rápido que había pasado el día, y ya era el siguiente, cuando al verme entrar por la puerta (dos veces el mismo día) se preguntaban qué estaría sucediendo, qué situación se había dado, para que yo entrase de nuevo con mi libreta anotando el número de cajas de donuts u otros pasteles, que les intentaba vender de nuevo. Sin saberlo, descubrían esa amplísima posibilidad, de la que tanto habla el científico, cuando se refiere a la teoría de cuerdas...

   Continuará...