"Póngale usted un ladrillo caliente..." Fueron sus primeras palabras, desde la ventana de la clínica de D. Fermín Palma, del propio D. Fermín: un médico de la época del blanco y negro, en la España de frío invierno y caspa por doquier: ¡Que un (buen) médico, está para salvar las almas de los que no van a su consulta a deshoras, ni caminando... ! ¡Sólo aquellos buenos españoles que se desplazan en automóvil y no tienen la osadía de caerse de un olivo por estar trabajando! Mucho menos, si es una urgencia bien entrada la tarde. ¿A quién se le ocurre estar trabajando tan tarde, y tan lejos de la ciudad...? Los españolitos de bien, no tendrían la osadía de enfermar un día festivo, ni molestar al médico que en ese momento debería estar descansando: aunque éste, esté en la consulta de urgencias.
¡Qué mal hicieron su trabajo los dioses, con lo fácil que habría sido "colorear" el código genético de una forma visible por fuera... ! De rojo a unos, y de azul a otros: así sabríamos cada uno por que acerado caminar, y si se puede o no, molestar.
¿Y si no encontramos un ladrillo...? Preguntó mi abuela. ¡Una teja, una teja también vale... ! Contestó malhumorado el tal D. Fermín, cerrando la ventana para marcharse a sus quehaceres nocturnos: sus últimas palabras.
A día de hoy, en la España que camina hacia el "ladrillo caliente", la clínica se ha convertido en una residencia para ancianos; privada, eso sí: ¡Como dios manda! No vaya a ser que presente de madrugada algún despistado, que llegado desde tan lejos, aún crea que el tal D. Fermín, vive aún, esperando en la ventana repasando su guión: "Póngale usted un ladrillo caliente...", "Póngale usted un ladrillo caliente..."
Siempre que ando cerca del lugar, miro hacia las ventanas y creo adivinar una figura de corte oscuro, cual espectro en su ventana con esos hilillos de voz ahogados que se escuchan entremezclados con el estridente sonido de la ciudad, y donde destacan aquellos: "Un ladrillo caliente... póngale usted un ladrillo caliente..."
Siempre que ando cerca del lugar, miro hacia las ventanas y creo adivinar una figura de corte oscuro, cual espectro en su ventana con esos hilillos de voz ahogados que se escuchan entremezclados con el estridente sonido de la ciudad, y donde destacan aquellos: "Un ladrillo caliente... póngale usted un ladrillo caliente..."
Al ladrillo volvemos, precisamente ahora que sobran tantos sería una buena manera de reactivar la economía en este sector tan maltrecho, como la salud de los que utilizaran este remedio de otros tiempos. Imagínate que además, Don Fermín, una vez "extendida la receta" le hubiera dicho a tu abuela que ¡Oiga, que tiene que abonar un euro!
ResponderEliminarQué pais tan absurdo...desde siempre.
Ya lo dijo hace unos días Enric González (periodista y escritor catalán), en una entrevista que le hizo el diario “Público”, acerca de España y otras cosas… “España es un disparate de país…” ¡Y se quedó corto!; supongo yo, por decoro y por ese “seny” del que tanto presume su pueblo.
EliminarPero bueno, como nunca debemos de generalizar, supongo que habría buenos y malos, regulares y peores en todos los ámbitos humanos, así que cada uno vaya recogiendo su ladrillo, y una caja de cerillas… a ver si no, como vamos a calentar el ladrillo.