Fueron 5800 madrugones. Las mismas veces (madrugón arriba, madrugón abajo), que sonó el despertador durante esos más de dieciocho años al servicio de la sociedad, para no dejarme el donut atrás. Durante esos miles de madrugones, siempre a las cinco de la mañana, y de lunes a sábado, nunca, nunca jamás falté a mi cita diaria incluyendo los días en que uno, no siempre está al "completo" consigo mismo, ya bien sea por resfriado común, gripe con fiebres altas o hemorroides... digo, que ni un sólo día falté a mi cita. Y eso que habría que añadir algún madrugón más a la cuenta, debido a despistes varios, como por ejemplo, acudir algún domingo (por no haber desconectado el despertador la noche anterior) donde me encontraba en la nave más solo que la luna... algún día festivo no previsto en mis cálculos (igualmente sin desconectar el despertador) o las veces que acudía una hora antes, y al estar la nave cerrada y escasa de personal (sólo yo solo...), no sabía si dormirme en el auto, abrazar de nuevo la almohada en la casa, o asaltar la nave e inflarme a donuts...
No faltaron los recuerdos de aquel anuncio (antes se decía así, no como ahora que se le dice "spot publicitario"... más moderno, pero falto de la ternura de los de antes), donde mi furgoneta se dirige a uno de los pueblos cercanos a la capital, y me acordaba entonces que ese día, no tocaba allí sino en el otro pueblo que estaba justo en la dirección contraria. O donde visitaba el mismo pueblo dos días seguidos, dejando al pueblo que le tocaba en el orden establecido, con los tenderos esperando en la puerta a ver si me veían aparecer. Entonces me decía: "¡Anda los donuts... !¡Anda otro día que se queda fulano sin donuts...!
Los clientes que ponían todo tipo de caras, tal vez pensando lo rápido que había pasado el día, y ya era el siguiente, cuando al verme entrar por la puerta (dos veces el mismo día) se preguntaban qué estaría sucediendo, qué situación se había dado, para que yo entrase de nuevo con mi libreta anotando el número de cajas de donuts u otros pasteles, que les intentaba vender de nuevo. Sin saberlo, descubrían esa amplísima posibilidad, de la que tanto habla el científico, cuando se refiere a la teoría de cuerdas...
Continuará...
Continuará...
¡Del año 1973! Yo tenía 5 años, lo que me hace pensar que por aquella época los anuncios publicitarios debían de permanecer mucho años "en activo" porque lo recuerdo muy bien.
ResponderEliminarEl anuncio te viene como anillo al dedo, chico de los donuts y de los despistes.
Visto ahora me parece menos gracioso ya que parece plantear esas situaciones excluyentes en las que si se da la opción A, la opción B no será posible, o viceversa, cuando lo deseable sería disfrutar de las opciones A y B de forma simultánea.
Besos, mañana compramos donuts.
Pues sí Ana, del 73... y yo sólo veía los donuts en blanco y negro cuando ya contaba con once años y creía que en realidad, nada de lo que veía existía pues mi primer donut, tal vez lo viese (ya en color) cuando supe que además, se podían comprar con dinero: antes, los pobres al menos, tenían el apelativo para subsistir; nosotros lo éramos tanto, que los anuncios de la tele, nos alimentaba... y esa tele de la que hablo (una telefunken como las de antes) llegó a mi casa por error, cuando un avispado vendedor "atrapó" a mi padre de buen humor y cargado de "ahogapenas" o vinillo peleón...
EliminarMe encanta ese anuncio, pues para ser de marca made in Spain, y en los tiempos que corrían, es una oda al ingenio... y al despiste.
Hoy, donuts, que tampoco la empresa parece atravesar un buen momento.
Besos.